Mis dedos tiemblan sobre el teclado. Hablar de unapersona excepcional que inspira realmente un sentimiento de temorreverencial hace mis impresiones inciertas. De una gransimplicidad, la estatura majestuosa, la complexión lozana, lafaz deslumbrante de luz, el Sheij Hamza al-Qâdiri al-Bûtshîchî-Sidi Hamza para los fûqara sus discípulos-manifiesta la serenidadpropia de los que han cortado amarras con el bajo mundo, quien loha visto una vez no puede olvidarlo. Es como un arquetipo viviente,salvado de los tiempos espléndidos de nuestra cultura. Rodeado desus discípulos, recuerda las miniaturas que figuran de Jalâl al-Dînal-Rumi rodeado de los derviches mewlewi. Veamos los orígenesgeográficos e históricos de este maestro sufi que habla a lasmujeres con los ojos bajos.
Sobre una vertiente dominando la verde meseta deTrifa, al pie de las montañas de los Banî Iznâssen, se encuentra lazawiya Bûtchîchîyya Qâdiriyya de Madâgh (Berkane) donde Sidi Hamzarecibe y educa a millares de discípulos desde que sucedió en estamisión a su padre Sîdi al `Abbâs, muerto en 1972.
En la pared de una de las salas de la zawiya, unafoto sacada del periódico L´Illustration, datada de enero de 1908muestra un hombre mayor de apariencia señorial, sentado cerca de uncaballo. El hombre es Sidi al-Mukhtar al-Bûtshîshî, abuelo de SidiHamza, obligado a deponer las armas después de una resistenciaferoz a la penetración militar francesa en la región de los BanîIznâssen. Espera al general Lyautey con el cual va a enterrar elhacha de la guerra. Este documento nos habla del pasado glorioso dela familia Bûtchîchî en la lucha contra el ocupante, y aleja losprejuicios sobre los morabitos colaboracionistas.
Después de esto, los Butchîchîs, que sacan supatrónimo de la abundancia de víveres donados en periodos depenuria, dejan la montaña donde han gozado durante seis siglos dela veneración debida a los descendientes del gran Sheij de BaghdadMawlay Abd al-Qâdir al-Gaylâni.
En Madâgh, el Sheij al `Abbas renueva la búsquedade sus ancestros junto a un gran maestro de la vía, Sidi Bu Madianal-Munawwar de afiliación darqawa, tan escrupoloso que rehusa comeren la mesa de los enriquecidos con una fortuna dudosa, y conocidopor su ascetismo y rigor ortodoxo. Cerca de él, el joven Hamza esiniciado a la doctrina sufi y recibe una gran parte de flujoespiritual.
En Sidi Hamza, se reconoce un heredero mohamedianoque tiene una doctrina, una ética, una política, una estética, peroque permanece inasible para el que no se inscribe en su filiaciónespiritual, esta gracia que permite a los pecadores acceder a lapureza interior.
Sidi Hamza comparte con las doctrinas políticas unaidea fuerza, la de la aspiración a la libertad. Y si para lospolíticos, se trata de reaccionar contra la servidumbre del hombrepor el hombre, el trabajo contracorriente de la doctrina sufiapunta a liberar a la persona de sí misma, de sus debilidades, desus carencias, de su ego, pues la esencia del pacto (al-musafaha)es una responsabilidad ontológica y deontológica.
A un inquisidor tendencioso que le preguntar ¿Soisun hombre de Dios? responde No. Pero puedo mostraros un hombre deDios entre mis compañeros. Respuesta digna de la sabiduría de ungran maestro y réplica del adagio sufi según el cual solamentepuede conocer a un santo otro santo. Dicho de otro modo, inutilidentificarse verbalmente como santo ante el que no puede conocerloesencialmente.
El Sheij Hamza tiene una gran esperanza en lo quese ha convenido en llamar nueva era de Marruecos. Sabe que en losucesivo puede ir a hacer sus check-up a Casablanca, o visitar asus hermanos y discípulos en París, Londres o Montreal sin tenerque pedir autorizaciones, que las reuniones de su cofradía no seránprohibidas, o seguidas de interminables interrogatorios y que susdiscípulos no serán más despedidos a causa de su afiliación.Acabadas las exacciones y otras prácticas de opresión sufridas porlos miembros de la vía en el silencio y bajo el yugo de unalibertad provisional, especialmente desde el desmarque en 1975 delantiguo discípulo, Abdesalam Yassine. Por su parte, Sidi Hamzaafirma a través de su enseñanza que no hay ningún desviacionismo atemer pues sabe mejor que nadie que el último jefe de la zawiyadilâya del siglo XVII no ha pretendido el poder temporal sinoporque no era un perfecto iniciado en materia de autoridadespiritual.
La obra de Sidi Hamza es un trabajo de puesta aldía de una ética inspirada en el sufismo y adaptada a los tiempos.Etica de renunciamieto, sobriedad y desprendimiento. Suimplantación se hace por medio de sus discípulos. Afiliados a lavía y actores sociales neutros o pertenecientes a partidospolíticos, son verdaderos reguladores de los principiosfundamentales, incluso si los programas sobre los modos deldesarrollo pueden dividirlos. Rechazando toda conciencia común SidiHamza afirma que las divergencias de detalle son una gracia. Elmaestro de Madagh está por la protección de las mujeres contra losabusos. En ellas fija grandes esperanzas para la propagación de losprincipios de la vía,. Está por la apertura y toleranciacomprensiva(al-was). Sin duda la ilustración más elocuente de estaapertura es la percepción de misericordia que fundamenta eldesenlace de la novela de Ahmed Toufiq Jârât Ab; Mûsa, puesse inspira directamente de lo vivido en la vía cerca de estemaestro.
Como un maestro de al Hora, este octogenario cuyofrescor de espíritu fascina a los jóvenes y al que los rígidos dela tradición dificultan sus impetus, se revela abierto a lasnovedades de los tiempos. Con él, es todo el sufismo que realiza sumutación para devenir lo que siempre ha sido la parte esencial.Para Sidi Hamza que ama los cantos sagrados (al´sama), el trancerigorosamente regulado es un estado constructivo, literralmenteimâra.
Conocedor(`arif) y sabio, fascina a los eruditosque tienen fe en la elocuencia de su silencio interior, y saben ensu intimidad espiritual que detenta esa otra ciencia, medicina delos males de los corazones, y origen y soporte legítimo de lasantidad en el Islam. Más allá de las contradicciones del logos ydel entendimiento, hace acceder a una verdad que irradia sobre elser para sacarlo de sus incertidumbres, reuniendo sus pedazosesparcidos y haciéndole encontrar su unidad original. Un agua puraofrecida a cada uno según el grado de su sed. Queda al buscadoracompañar con su corazón al maestro que ya ha hecho el camino.Método común a los grandes hombres de nuestra espiritualidad, loscasi mudos como Abû Ya´za, y los prolijos como Ibn `Arabi. Losdicípulos en Marruecos y en otros lugares de este hombre irrigadopor los Nombres de majestad y belleza ven en él un par deestos.
Es ya un hecho histórico. En su proximidad, sevuelve normal creer en el santo que os hace acordaos de Dios, puestiene esta aura envolvente y este poder que el mismo asimila a unaquimioterapia dulce a la cual es preciso exponerse para recibir susefectos.
Sus particularidades son desconcertantes. Es lafamiliaridad misma cuando conversa con los fellahs sobre larecogida de mandarinas o alcachofas. Y aunque sus discípuloscuentan sus virtudes espirituales (karâmât) por centenar, su adagioparticular es esta fórmula heredada de los grandes maestrosortodoxos:la rectitud es la mayor virtud que se pueda atribuir a unhombre de Dios. Un santo verdadero no está verdaderamente vivo sinocuando está muerto...,¡muerto a su yo! ¡Rivalice el que pueda!