Sufismo - Tariqa Qadiría Butchichía


Confianza en Dios

Cuando se tiene fe en Dios, no es necesario explicarlo, basta con confiar en el Amigo y tomar de la fuente misma todo lo que nos es necesario. Hablar de confianza en sí mismo, es situarse en un área sicológica, y en ese nivel decirse: "¡Voy a confiar en mí!" no es más que una autosugestión, un método destinado a enfrentarse con las dificultades para superarlas. Sin embargo el misterio de la confianza en Dios es algo infinitamente más valioso.

Al confiar en Dios, cada uno de nosotros se encuentra armado para actuar, enfrentar y superar todas las dificultades, nuestra confianza emana de una fuente inagodiv de energía que nace de Él. La ola separada del océano no tiene fuerza, su fuerza le viene del océano.

En una canción, un sufi dice: "Nos hemos hecho débiles hasta alcanzar toda la fuerza posible". Eso significa que nuestro yo se ha debilitado hasta anihilarse, hasta que la fuerza divina nos llene de su luz. Y de entre las fuerzas que nos sostienen, podemos citar la confianza y el amor divino. Ellas nos permiten superar nuestras pruebas e ir al encuentro de la esencia. Más vale no detenerse en las limitaciones de nuestro yo, sino por el contrario exaltar lo que a Él le corresponde.

La educación espiritual nos permite comprender que toda acción espiritual parte de nuestra sinceridad, y que en nuestro corazón es donde se cultiva esa realidad. A la vez conviene, en esa perspectiva, remarcar cuanto la vigilancia es fundamental; nos permite ver que todo lo externo tiene repercusiones en nuestras realidades internas. Podemos así verificar la importancia de esas repercusiones en nuestras relaciones con los demás y en particular con los que, como nosotros, caminan hacia Dios: ahí, más que en otro lugar, debemos cultivar el sentido de orientación.

Frecuentar a nuestros hermanos y hermanas en Dios, puede ser un terreno particularmente fecundo de donde nos lleguen bendiciones e influencias espirituales. Porque esas bendiciones, esa baraka compete del corazón que se orienta de manera a suscitarla.

El sufismo popular dice que cuando los corazones se unen en esa relación y que en el transcurso de sesiones en común de zikr o de oración, los efluvios pasan de un corazón a otro, es como cuando se pone un tizón ardiente sobre el carbón. Basta de un viento favorable - aunque solo sea la del fuelle - para que todo se incendie, para que el que reciba una bendición la transmita a todos los demás. Cuando los efluvios circulan de unos a otros, y que todo prende, entonces es cuando se funde todo en un mismo y único fuego.

Por el contrario, si llega una bendición cuando los corazones se encuentran separados, esa gracia no puede tocarles, y al igual que pequeños trozos de carbón aislados, no pueden participar del fuego general provocado por las bendiciones recibidas en común y compartidas.

Grande es la responsabilidad de cada persona con la necesidad de permanecer vigilante y mantener una presencia que permita el encuentro del otro y la participación: una situación como ésta facilita la toma de conciencia de un "espacio" sagrado. ¿Qué es un santuario? Es el lugar en donde sopla el Espíritu. ¿Y qué es un lugar en donde sopla el Espíritu? Un lugar en donde los corazones están dispuestos a recibir. Un lugar sagrado es todo lugar en donde hay un encuentro, en donde se manifiesta el deseo de recibir. Vamos a un "lugar sagrado" con un cierto estado interior, un cierto estado de espíritu que no excluye por otra parte una actitud aparente desenfadada. Sobre este ultimo punto, es importante no juzgar a nadie, en principio cada cual sabe a que atenerse sobre sí mismo, y cada uno debe saber lo que particularmente debe vigilar en sí. Lo importante es la actitud interna.

A ese efecto, un proverbio dice de manera humorística: "Si estas con gente de ciencia, ten cuidado con tu lengua; si estas con gente de espíritu, ten cuidado con tu corazón, si estás con ladrones, cuida tu bolsillo" Dicho de otra manera: cada lugar requiere una palabra, una realidad, una verdad diferente.

Es importante, cuando se tiene acceso a un lugar espiritual, cuidar el corazón prestándole mucha atención. Seria inadecuado venir con el espíritu lleno de prejuicios, como si se tratase de cualquier otro sitio; nos privaríamos de recibir las posibles bendiciones. Entrar en un santuario, ¿no es un poco como entrar en nuestro santuario interior? Cuanto más nuestro corazón esté despierto, más presente estará y todo le parecerá santo, sagrado y lleno de bendiciones. Debemos estar presente ahí donde se tenga que estar, y cuando se tenga que estar. Una tradición del Profeta en relación a esto dice: "En vuestras vidas tendréis momentos en los que se manifestaran los halitos de vuestro Señor: no os privéis de exponeros a ellos".

Esta presencia al otro, en el momento oportuno, hace parte del "adab", o excelencia del comportamiento: "Debo estar ahí, porque los halitos pueden soplar y quiero participar" debiera uno repetirse constantemente. Pero no tomar esto desde el punto de vista formal (de la forma). Estar ahí o no estar ahí, llegar ahora o volver mañana, ¿en definitiva, qué importancia? No se trata por lo tanto de una cuestión de oportunismo, porque después de todo, si Dios quisiese, los halitos soplarían exactamente ahí donde estamos; inútil por lo tanto ir a un lugar especifico para buscarlos. Juntarse con los demás, "ahí" en donde estén, nos pone en una actitud de humildad, en una actitud de espera y de consideración del lugar mismo: se trata de una sacralización del lugar que afecta a nuestro comportamiento y que toca nuestra verdadera esencia. Una experiencia, un soplo, una iluminación que toca una tierra ya fértil, permitiéndole después transformarse en miel o nutriente.

Estar ahí en el momento justo y con la actitud justa, es lo que forja el espíritu del discípulo y le hace capaz de exaltar el lugar sagrado. La conciencia de esa sacralización ya es el resultado de una transformación del espíritu. Seamos por lo tanto atentos a la vida del corazón.