Se describe a menudo el camino como un movimiento circular en espiral ascensional y no como línea recta que se pierde en el infinito. Ese movimiento nos hace pensar en los derviches giróvagos. El derviche gira describiendo círculos, pero interiormente su alma se encuentra en una espiral ascensional provocada por la atracción del punto de focalización interior. La orientación hacia ese punto central es lo que nos permite reajustarnos; ese reajuste permanente nos provoca una atracción.
El camino entonces nos aparece como una incesante danza manifestándose en múltiples formas; cuando meditamos, nuestro mental, nuestros pensamientos son atraídos hacia ese Centro. Utilizando nuestro zikr, polarizándonos con atención sobre la búsqueda de una orientación, manifestamos nuestro deseo de unirnos a la fuente divina, la fuente del significado que se encuentra en cada uno de nosotros ¡Además en ciertos momentos tomamos conciencia que lo que resulta de nuestra actividad, más que la expresión del resultado de nuestro deseo, es la llamada de la fuente que se manifiesta! Y nos damos cuenta que si esta llamada no estuviese inscrita en nosotros desde el origen, jamás hubiésemos sentido el deseo del viaje interior.
Volver sin cesar "al telar" nos lleva reajustarnos al camino; es como cavar un pozo que nos permita acceder a la fuente aunque desconozcamos su profundidad.
En el sufismo, se hace mención a dos caminos: el de Misericordia ( Belleza) y el del Rigor ( Majestad) Puede parecer que este ultimo requiere de entrada una gran disciplina y una cierta renuncia, dando mucho y recibiendo muy progresivamente; el primero en cambio, es el sabor de la vía lo que nos llevaría a transformarnos.Pero conviene estar atento, porque oponer Majestad a Amor ó Misericordia, puede por simplificación abusiva llevarnos a conclusiones erróneas.
Tenemos que estar particularmente atentos al hecho que tanto Misericordia como Rigor son copartícipes a las dos vías. Sin embargo, en un caso como en otro las cosas no se presentan en el mismo orden ni las formas que revisten cada vía son forzosamente las mismas.
Esto significa que nuestra exigencia de rigor tiene que aumentar proporcionalmente a la misericordia que nos es prodigada. Como se puede ver esta actitud es contraria a la tendencia que consiste en creer, que en una vía de amor podemos sin rodeo abandonarnos y dejarnos ir a los acontecimientos, que todo vale, con el pretexto que al ser la compasión lo primero, no hay nada más que hacer, que esperar.
En definitiva de lo que se trata es de saber lo que se recibe, y bajo esta perspectiva la vía de Misericordia puede muy bien estar sembrada de muchas y más grandes puebas que la vía del Rigor.Incluso¡ puede que exija de nosotros un mayor rigor! Por lo contrario, la vía en la que nos invitan desde el principio a una extrema vigilancia, aparece como la de mayor compasión.
No pensemos por lo tanto que existan vías más fáciles y complacientes que otras y no olvidemos también que todas las vías verdaderas son vías de Dios. Como ejemplo se nos ofrece el del agua: este fluye, siempre adaptándose al terreno, de la misma manera el agua del Espíritu toma en cuenta nuestra disponibilidad y nuestra disposición a recibir. En un caso como en otro la exigencia es la misma: tenemos que despertar y sacudirnos de nuestro torpor. ¿No es acaso esta exigencia la prueba de una gran compasión y una de las gracias más excelsa que se pueda obtener?¿No consiste quizá la mayor misericordia, hacernos comprender que la única cosa necesaria y suficiente, es la obra espiritual?
El radical retorno a uno mismo nos permite tomar conciencia de todo lo que se nos escapa y del profundo sueño que nos envuelve desde hace tanto tiempo.
Esto hace pensar en aquella historia del libertino que decía": ¡Cómo ya no nos queda suficiente tiempo para beber en copas, bebamos en jarras!". Tenemos que tomar conciencia que el tiempo de que disponemos huye vertiginosamente y que hemos venido aqui hacer algo importante y esencial. Es para este propósito, para lo que estamos aquí, aunque la mayoría de las veces, sumergidos por el torbellino de nuestras preocupaciones inmediatas nos olvidemos de ello. Por consiguiente, es primordial que se esdivzca una exigencia de rigor, porque cada instante es eco de esta exigencia. Y en la sucesión de los instantes donde nuestras vidas se consumen, podemos estar atentos a la llamada intima que nace y surge en nosotros.
La exigencia y el rigor son lícitos cuando se manifiesta la conciencia de la llamada. Más la conciencia de la llamada es grande y más se impone como legitimas y saludable, la exigencia y el rigor. La compasión resulta y aparece dentro del campo de esta aguda conciencia.
En realidad, la exigencia de rigor viene dada por la toma de conciencia de nuestra inconciencia; y más aguda es esta concienciación, más claramente comprenderemos todo el camino que nos queda que recorrer. Con la percepción y el convencimiento de nuestras debilidades he imperfecciones se nos hace evidente la necesidad de la Misericordia divina. El camino avanza en medio de la perplejidad, entre dos polos, que como un péndulo nos envía de uno al otro. No hay compasión sin rigor, ni rigor sin compasión.