Cuando entramos en una vía espiritual, pasamos por una puerta, y esta puerta es el Islam. El Islam tiene cinco pilares: la profesión de fe, la oración, el ayuno, la limosna (zakat) y, según reza en un hadiz, "la peregrinación a la Meca" para los que puedan. La santa Râbi'a dice en uno de sus poemas: "Si quieres obtener la Belleza ponte delante de la puerta; y si quieres llegar, abandona el sueño". Pero mantenerse delante de la puerta es traspasarla, es decir pasar por la puerta de la Ley divina (Sharî'a). Y esta no solo es el aspecto externo de la revelación divina, también es su corazón; no se trata de una ley que cada uno deba aplicar como aplicaría unos principios por deber o por obligación.
A medida que penetramos en la vía y una vez pasada la puerta de la Sharî'a, ésta se reviste de significados que pueden alcanzar el más alto nivel de sutilidad. De hecho nos sirve de protección y de guía. ¿A caso el océano del conocimiento no es ilimitado? Y cuando estemos sumergido en él "¿Dónde esta mi espíritu? ¿Y mi cuerpo? ¿Donde mi ego y mis pasiones?". Sumergidos en ese océano divino, no tenemos ninguna referencia, estamos anihilados. Y justamente la única referencia es la orilla llamada Sharî'a; cuanto más penetremos en ese océano divino, más debemos fijarnos en la Shâri'a orientándonos hacia ella, y más valiosa se nos hace.
Sin lugar a duda, al principio nos parecerá apremiante, pero a pesar de que no nos parezca en el inmediato necesaria, debemos aplicarnos a respetarla. En todo es necesario valerse de disciplina: esta permite cuando estemos totalmente comprometido en el camino de Dios, forjarnos un cierto estado de espíritu, favoreciendo actitudes que más tarde serán referencias muy útiles. Además esos jalones nos permiten acceder a la embriaguez interior de la que tantas veces hemos hablado, embriaguez en donde toda señal, toda baliza queda descartada, y en donde se manifiesta la belleza y la presencia divina que debe ser contrabalanceada con una perfecta sobriedad exterior, incluyendo lucidez y espíritu discriminador.
Precisamente ese vaivén entre los estados de embriaguez y sobriedad permiten ir cada vez más lejos. Si estuviésemos, sin estar eso acompañado de una cierta educación espiritual, enteramente focalizados sobre la única Realidad Divina, nos arriesgaríamos a ser enteramente "tragado", arrebatado a nosotros mismo y a perder pie en relación a nuestro anclaje social y a nuestro compromiso en este mundo. Y ese compromiso y ese anclaje son nuestra condición y hacen parte integra de la Realidad Muhammadi. ¿A caso el Profeta - ¡la Paz sea con él!- no estaba a la vez en una total realización interna y comprometido en los asuntos del mundo? Ir a la deriva en el mundo de las luces, es alejarse de él. Además, si estamos desprovistos del espíritu de discriminación del que hablamos, podríamos dejar pasar influencias indeseables sin ni siquiera darnos cuenta. Algunos pueden haber tenido experiencias interiores muy ricas y muy intensas, a la vez que se extraviaban de manera conciente o no.
La Sharî'a nos devuelve a una actitud de humildad - sea lo que sea lo realizado, vivido o experimentado - y nos devuelve al estado de servicio. Ese estado de obediencia incondicional favorece un anclaje en la servidumbre espiritual, sin esperar por ello en retorno, un resultado inmediato. No se trata de ser el vasallo de nuestro yo (o nuestro mental) o del mundo (los ídolos multiformes que nos rodean y nos solicitan), sino del servicio a la única realidad absoluta e incondicional que sea, la liberta divina.
Tal es el sentido de la servidumbre: un servicio, la raíz misma de la libertad. Por eso en el Corán, dice Dios, hablando del Profeta - ¡la Paz sea con él!- : "¡Gloria a Él, que hace viajar a Su siervo!" Y ese es el estado de servicio absoluto, Dios no dice: "Su Profeta" o "Su amado", Él dice "Su siervo". Se trata de un abandono total a la divinidad. Y ese estado respetando inicialmente la Sarî'a, lo hacemos nuestro, devolviéndonos a nuestra verdadera humanidad. Si esa ley solo se relacionase con el aspecto externo del mundo, no tendría interés y seria puramente artificial. Debemos imperativamente diferenciar el verdadero significado de la Sharî'a, su significado sagrado, de una forma vacía. En este último caso, solo se trata de una identificación a ritmos, prescripciones rituales, comportamientos cristalizados y reglas. Comportamientos conformes a la Ley pero sin interioridad solo constituyen velos y obstáculo al conocimiento divino.
Por lo tanto, únicamente en una perspectiva interior, podemos hablar del espíritu de la Sharî'a. No debemos volvernos presos de la forma o del formalismo, sino al contrario, adherirnos a su significado esencial, a la protección y a la guía de la Sharî'a que nos permite dar sentido a nuestra conducta general y que permite nuestro desarrollo interno.